jueves, 8 de diciembre de 2011

Escribir por Dauno Tótoro

Escribir, organizar en palabras lo que en primera instancia son secuencias de acciones, emociones y actitudes de personas (que o no existen, o son la mutación, suma y resta de un puñado de conocidos y desconocidos), es como tratar de editar los fotogramas y ordenar la película que corre sin sosiego por la mente. Es además, de modo distinto para cada uno que se pone a escribir, una búsqueda de la cura a algo, el antídoto para algún mal (en mi caso, la claustrofobia).
Durante años trabajé escribiendo y describiendo lo que veía, lo que me decían otros, lo que lograba averiguar, investigar, lo que pudiera demostrar o dejar documentado. Con una incipiente formación de biólogo, me quedaba más que claro que mis descripciones taxonómicas, zoo, antro y fitomorfológicas eran bastante aberrantes, mutantes. Es decir, si el método científico es una herramienta útil para organizar nuestra mirada, resulta también en un severo castigador de la imaginación, cuando ésta desdeña las pruebas. Si para verificar una conclusión experimental debe repetirse el procedimiento y alcanzar los mismos resultados que la primera vez, utilizando las mismas herramientas, los mismos parámetros, el mismo ambiente y acogiéndose a la misma lógica de análisis, uno debe darse cuenta, tarde o temprano, que tus entrevistados se parecen más a los personajes de tu imaginación que a sí mismos, que los hechos objetivos relatados suceden fuera de la lógica o que los paisajes y los colores intervienen de modo desmedido en tu medición… Cuando esto sucede es que ha llegado la hora, por decencia, de reconocer que lo que haces no es periodismo, ni ensayo, ni reporteo. Y cuando esto pasa, si eres medianamente honesto, saltas en los catálogos editoriales de la Colección de Ensayo y Crónica a la de Narrativa.
De alguna forma u otra, siento (si he de describir lo que hago) que se conjuga la labor de un biólogo miembro de una expedición a un planeta distinto pero parecido; de un reportero de guerra que insiste en tomar partido y en narrar los hechos a su antojo; de un ensayista que inventa su bibliografía de referencia con la cándida esperanza de que el editor sea un ignorante o un soñador; de un fotógrafo que recuerda hasta el último detalle de las fotos que no tomó.
Y está también la incipiente formación política, adquirida en la época menos conveniente, que lo formó-deformó a uno para convencerse que cuando los fines son auténticos y loables, los medios no importan; o que debe desconfiarse de la unanimidad y del consenso porque siempre hay gato encerrado; o que cuando te dictan la línea política es que hay mala educación, sin calidad, confesional y con lucro asegurado.
Quizás sea por todo lo anterior que las ficciones a las que me entrego estén plagadas de monjas masones pirómanas que asesinan dictadores; enfermeras lagarto que liberan orates; aventureros cínicos borrachos y pedófilos que ayudan a medio mundo; guerrilleros desobedientes; científicos nazis y corporaciones multinacionales cuya responsabilidad social empresarial consiste en arrasar poblados indígenas y clonar selvas; ninfas, mujeres hermosas y voluptuosas, o viejas, albinas, desdentadas y con pata de palo, pero siempre guardianas de las claves del misterio; caimanes, caimaguanas y ciclóstomos listos para devorarte al menor descuido, si malinterpretas sus sonrisas.

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